Última actualización de este contenido: 13 de agosto de 2025 por Felip Granados

En el crepúsculo de una tarde de otoño, Valeria, una restauradora de arte con un talento muy especial, llegó a Santa Elena del Río, un pueblo envuelto en neblinas y antiguas leyendas. La villa era tan enigmática como el espeso y gris cielo que siempre la cubría. Sus calles adoquinadas y sus edificios góticos parecían susurrar, constantemente, historias de un pasado sombrío y misterioso.
Valeria había sido contratada para un proyecto que había despertado su curiosidad desde el primer momento, se trataba de la restauración de un antiguo mural en la catedral de Santa Elena del Río. Aquella obra era un despliegue dramático de ángeles y demonios que albergaba un extraño misterio. Uno de los ángeles estaba representado con los ojos vendados, una anomalía que desafiaba la tradición histórica de todo lo que había estudiado hasta el momento.
Durante los primeros días de trabajo, Valeria comenzó a experimentar algunas sensaciones extrañas y perturbadoras. A momentos sentía perder el contacto con la realidad, como si estuviera medio dormida o soñara despierta. En esos sueños, se encontraba en un bosque bañado por una oscilante luz lunar que le parecía irreal, donde las sombras de los árboles se entrelazaban entre ellas en un baile silencioso. En el corazón de aquel bosque siempre se encontraba con el ángel de ojos vendados del mural, cuya presencia era vagamente incierta. A momentos tranquilizadora, y a momentos perturbadora.
El ángel, en cada encuentro, le hablaba de forma enigmática.
—La verdad se oculta a simple vista, y solo aquellos que ven más allá de lo visible pueden revelarla —le decía con una voz de otro mundo.
A medida que la restauración del mural avanzaba, la línea que separaba sus sueños de la realidad se iba difuminando cada vez más. Creía percibir figuras esquivas que la observaban desde los rincones más oscuros de la catedral y susurros apenas audibles que la llamaban desde los callejones del pueblo.
Una noche, al salir de su trabajo, tuvo la sensación de que el bosque que se lazaba detrás de la catedral podría ser el mismo que veía en sus sueños. Impulsada por una fuerza incomprensible y un atrevido valor, Valeria se aventuró en él. Nada más entrar, volvió a escuchar esos extraños susurros, que parecían llamarla en algún extraño idioma. Caminó y caminó hasta que llegó a un claro iluminado por una blanca y brillante luz lunar.
Como en mis sueños…
Allí, frente a ella, estaba el ángel del mural, con un rostro que se percibía expresivamente sereno a pesar de la venda que cubría sus ojos.
El ángel le reveló que era el guardián de un secreto ancestral, un conocimiento que había sido sellado en el mural de la catedral, hacía mucho tiempo. Valeria, según el ángel, era la elegida para conservar ese misterio. Pero para hacerlo, debía enfrentarse antes a sus propias sombras y temores.
Guiada por el ángel, Valeria emprendió un viaje introspectivo, adentrándose en los recovecos de su mente y de su corazón. Descubrió que cada pincelada de aquella obra no era únicamente historia y arte, sino que también estaba imbuido de algo más poderoso y antiguo. El ángel le enseñó que la verdadera visión trasciende al mero hecho de mirar, que ésta, reside en la percepción del corazón y del alma.
A medida que Valeria se sumergía más en la restauración del mural, comenzó a notar cambios en aquella obra. Los rostros, tanto de los ángeles como de los demonios, parecían haber cobrado vida. Sus expresiones cambiaban sutilmente cada día, como si estuvieran respondiendo de alguna manera a su trabajo.
En el mundo de sus sueños, el ángel de ojos vendados se convirtió en su guía, llevándola a través de bosques oníricos donde cada árbol y cada susurro del viento, le revelaban fragmentos de una historia antigua, la historia de un pacto ancestral entre los habitantes de Santa Elena del Río y unos extraños seres de otro mundo. Un pacto que, de alguna manera, se había sellado en aquel mural.
Valeria empezó a sentir una conexión profunda con la villa. Sus sueños la llevaban a escenas de la vida medieval de Santa Elena del Río, donde aquella pintura era un portal, un puente entre dos mundos. Comenzó a entender que su tarea era mucho más importante que una simple restauración artística, su misión era reavivar aquel antiguo vínculo.
Una noche, mientras trabajaba sola en la catedral, alguien entró por la puerta y paró tras ella. Valeria, al girar, vio que se trataba de una mujer de avanzada edad, ataviada con una capucha recia y desgastada la cual ocultaba parcialmente su rostro. No obstante, aquella figura tenía una presencia que llenaba todo el espacio con una energía poderosa e inquietante.
—Hola Valeria, soy Clara de Ceres, la última sacerdotisa del pacto. Y tú vienes de un linaje muy antiguo, eres descendiente de una línea de guardianes, destinada a proteger el equilibrio entre los mundos.
El equilibrio entre los mundos…
Valeria se sentía abrumada por todo lo que había empezado a ocurrirle esas últimas semanas. Aunque en cierto modo, tenía la extraña sensación de que siempre lo había sabido.
Clara le explicó que aquel mural era un poderoso sello que los protegía de los Narú, unos seres de otro plano que en el pasado habían conseguido abrir una puerta que conectaba con el nuestro. Con el paso del tiempo el sello se había ido debilitando y, Valeria, debía restaurarlo para reforzar su poder. Solo los descendientes de los guardianes podían realizar ese trabajo, pues por sus venas corría la sangre de la antigua estirpe, vinculada a los fundadores de Santa Elena del Río.
Durante los días siguientes, Valeria trabajó con una mezcla de temor y determinación. Cada uno de sus movimientos era un acto de fe y coraje. En sus sueños, el ángel de ojos vendados le mostraba cómo utilizar su arte y sus habilidades para fortalecer el sello.
Finalmente, la noche antes de completar el trabajo, Valeria tuvo un sueño más vívido que los otros. En su sueño, se encontraba en un claro bajo una gran luna, lechosa y brillante. La rodeaban los habitantes de Santa Elena del Río y algunas figuras etéreas que no alcanzaba a comprender. En su sueño, todos unían sus energías en un extraño ritual, con el que conseguían fortalecer el sello que los protegía de los Narú.
Al despertar, Valeria supo de manera instintiva lo que debía hacer. Sentía como cada pincelada final hacía brotar la energía que fluía a través del mural, sellando así, nuevamente, el pacto de los primigenios. Cuando al fin terminó, percibió una embriagadora calidez y, la catedral, pareció llenarse de la agradable luz de un precioso atardecer. Valeria, giró sobre sí misma, observando con admiración los rosetones rojizos, los bancos de madera y cada centímetro de la piedra original de los muros de aquel lugar. Al volver a observar el mural, se dio cuenta de que el ángel había descubierto momentáneamente sus ojos vendados y la miraba con una expresión de gratitud.
El trabajo de Valeria había terminado.
Por el momento
Había restaurado una gran obra y había salvaguardado el equilibrio entre dos mundos. Supo que su destino era vivir una existencia humilde en Santa Elena del Río. Se convirtió en una figura inadvertida, dedicada a la restauración periódica de las obras de la catedral, una tarea que realizaba con discreción y dedicación.
Y así, mientras Santa Elena del Río le seguía susurrando sus antiguos secretos, Valeria encontró su lugar en el universo, como la silenciosa guardiana de un arte olvidado.
Espero que hayas disfrutado de este relato breve.
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