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Última actualización de este contenido: 29 de noviembre de 2024 por Felip Granados

Hoy, en historias de terror, os traigo una reflexión turbadora: El velo.


El velo

Creemos que el aire está vacío, que es simplemente aire, pero no es así. Nunca lo ha sido. Entre esas diminutas partículas de polvo que flotan y que se evidencian al pasar por un rayo de sol, existen sombras invisibles a nuestros ojos.

No tienen nombre, porque no necesitan uno. No son de carne ni de hueso, ni siquiera de materia como la entendemos. Su existencia atraviesa siglos y edades, son un roce helado que no notas hasta que ellas quieren que así sea.

Su mundo es un laberinto de hilos microscópicos, un tejido infinito que se enreda en cada célula, en cada átomo de lo que somos.

A simple vista, no son más que un temblor en el aire, pero cuando quieren ser vistas, su forma es puro horror: cuerpos alargados que se ondulan en ángulos imposibles, rostros fracturados que no terminan de ser rostros, ojos como abismos que no miran, sino que te devoran.

Un científico lo vio una vez, en el destello accidental de un microscopio mal calibrado. La criatura no se escondió, lo dejó mirar, sabiendo que su curiosidad sería su final. Al momento, su cordura se deshizo como un tejido viejo y gastado.

Entre sollozos, y con un intrigante conocimiento adquirido de forma instantánea, murmuró sobre los hilos de nuestra existencia.

—No son casuales, ellas deciden cuando se rompen…

Se le quebró la voz, y murió antes de poder explicarlo, con el rostro congelado en una mueca, mezcla de sorpresa y aceptación.

Y así siguen, calibrando nuestra existencia, hilando y deshilando, midiendo y cortando cuando les parece. Puede que estés rodeado de ellas ahora mismo, sus manos invisibles podrían estar rozándote la piel, midiendo tu tiempo.

Pero, para cuando finalmente las veas, ya no habrá nada que puedas hacer.

Solo silencio.


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