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Última actualización de este contenido: 5 de diciembre de 2024 por Felip Granados

Hay lugares que traen el horror, y que pasan desapercibidos a nuestros ojos de mortal. Lugares que no deben ser conocidos, pues forman parte del hilo fundamental y original, de nuestra existencia.

Hay secretos oscuros guardados por abismos primigenios, que nos invitan a reflexionar, a descubrir y a desvanecernos aterrorizados por la realidad.

Lo que creemos real, es, a veces, una débil ilusión

Espero que os guste este pequeño relato, buen fin de semana amig@s de la lectura.


Ur Nammur

Ernesto Alcalá era un antropólogo brillante, aunque no todo el mundo lo compartía. Una parte del claustro lo consideraba demasiado esotérico. Ernesto llevaba años obsesionado con un extraño patrón, coincidente en algunos rasgos de diversas culturas antiguas.

Había encontrado varios relatos sobre un reino que solo podía visitarse durante el sueño.

Todo empezó con una tablilla sumeria del Museo Británico, hablaba de un lugar llamado «Ur Nammur,» descrito como «el reino del límite,» donde los dioses intercambiaban secretos.

Cruzó esa información con manuscritos de otras culturas y descubrió algo inquietante. Los griegos lo llamaban Hypnos Aithírion, los mayas lo conocían como el Xibalbá, y los aborígenes australianos lo mencionaban en su mitología del tiempo del sueño como una «tierra intermedia donde los espíritus olvidan quiénes son».

Lo más perturbador era la similitud en los detalles. Todas las culturas coincidían en un paisaje gris con un río oscuro que susurraba, vigilado por criaturas conocidas por diferentes nombres: los Oneiroi, los Aluxes o los Kobaloi. Estas entidades influían en el destino de las personas.

Ernesto reunió textos antiguos y grabados. Concluyó que los sueños no eran un proceso natural, sino un contacto involuntario con ese lugar.

Sus averiguaciones lo llevaron a un conocido museo de Mérida, donde encontró un manuscrito sellado y olvidado en uno de los sótanos.

Las imágenes eran perturbadoras, aparecían figuras humanas dormidas, conectadas por filamentos a lo que parecía ser un círculo que flotaba sobre un abismo. Una inscripción rezaba: «No despiertes al tejedor de los sueños, pues su mirada consume la carne y su aliento devora el alma.»

En su obsesión, decidió llevar a cabo un experimento. Se encerró en su estudio, rodeado de velas y acompañado de un cuenco lleno de polvo de ololiúqui, una planta psicotrópica mencionada en el manuscrito como «el vínculo del velo».

Durante días, se privo de comida hasta sumergirse en un trance. Ernesto afirmó haber visto el Ur Nammur. En su diario, describió un lugar infinito y opresivo, donde hilos de luz se movían como serpientes sobre un oscuro rio que conectaba todas las almas humanas.

Describió unas criaturas titánicas que tejían y cortaban esos hilos, actuando sin remordimiento alguno.Ernesto desapareció pocos días después. Dejó un estudio impoluto y arreglado, salvo por el cuenco vacío y un extraño olor a ozono que impregnaba las paredes.

Los pocos que leyeron sus investigaciones dijeron que aquello eran los delirios de un hombre enfermo. Sin embargo, su nombre aún resuena en algunos círculos académicos clandestinos.

Todo aquel que ha indagado demasiado en sus trabajos, asegura que su sueño ha cambiado. ..

Una y otra vez, se le aparece el mismo paisaje: un río oscuro que murmura horrores a su oído. Y mientras, en el aire tras de sí, resuena un sonido extraño, como si alguien estuviera tejiendo algo…

justo a su espalda.


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Espero que hayas disfrutado de este pequeño relato

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