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Última actualización de este contenido: 25 de noviembre de 2024 por Felip Granados

Hoy, en historias impresentables, os dejo una divagación: Control.

¿Qué decir de esto…? A veces intento ponerme en la piel de los demás, bueno, de hecho, no solo a veces, es algo que hago casi siempre. Me gusta esa sensación de empatía que te permite sentir, de alguna manera, un poco lo que está experimentando la otra persona.

En muchos casos es como compartir, sin haber pedido permiso, un pequeño fragmento de sus emociones.

Es casi como un robo, un asalto a la intimidad, pero no puedo evitarlo. Y a veces, esa empatía te lleva a situaciones algo estrambóticas, o incluso a rozar un poquito lo «psiquiátrico» 😬

Aquí os dejo con una de mis paranoias mentales.


Fue un momento de euforia incontrolada, de emociones tremendamente penetrantes. Mi cuerpo cedió a la cohesión, y empezó a correr. Un sentimiento entre alegría desmesurada y rabia obscena se apoderó de mi razón. Tenía ganas de comerme el mundo, de demostrar mi poder al resto de las personas. Deseaba de brutal manera desencadenar mi fuego, mi ardiente y supremo yo que tanto tiempo había pasado encarcelado.

Ansiaba manifestar mi valor y mi fuerza interior. La soledad que me atenazaba me había alimentado lo suficiente como para provocar esa reacción desatada, una reacción de furor que se manifestó al saborear sensaciones tanto tiempo rechazadas por mi subconsciente.

El agridulce dolor de la satisfacción acrecentaba mi encolerizada y divergente ilusión. En mi apasionada carrera, me acerqué de manera irreverente y directa hasta las cercanías de aquel risco.

Mi mente anunciaba espasmódicamente que mi cuerpo estaba a punto de cruzar la línea. Una delgada línea de color macilento que jamás debe ser rebasada. La separación entre lo correcto y lo incorrecto, entre nuestra percepción de la verdad y la mentira, de la realidad y la fantasía. Fueron centésimas, quizá milésimas de segundo las que tardé en descubrir mi error.

Porque en tan corto espacio de tiempo, le arrebaté el valor al tiempo, y me enfrenté con el destino.

«¡Detente!»

Encaré con vehemencia a cualquier realidad que pudiera enfrentase a mi ser. Sin embargo, fue entonces cuando vislumbré que había excedido el acre límite que convierte una situación segura en una muerte innegable. Y todo eso por mis miedos y temores.

«¿Cuánto dolor vas a causar?»

Me faltó el tiempo para pensar en mi estupidez. ¿A caso era aquello mi propio auto castigo? No quise saltar, insté a mis piernas a parar. Pero un horror amargo no paraba de crecer, alimentado por el conocimiento de que ya era demasiado tarde para volver atrás.

«¡La has cagado gilipollas!»

Increíblemente ofendido y aterrado, tuve un alarde repentino de extrema y brutal pasión. Un arranque frenético que me hizo sentir de nuevo, que yo hacía lo que me daba la gana, y quien no estuviera de acuerdo, se podía ir a la mierda. Algo en mi interior empujó mi cuerpo con presteza y salté con más fuerza aún. Sentí las rocas desprenderse bajo mis pies, una sensación tan excitante como horrorosa.

«Ni siquiera en algo tan privado como morir, vas a estar tranquilo estúpido»

En un breve espacio de tiempo me odié al tiempo que me amé. Deseé poder abrazar y ser abrazado, besar y ser besado, ofrecer cariño y que me fuera ofrecido. Todos esos sentimientos se mezclaban con la rabia y la inefable sensación de que aquel mundo me había maltratado y que aquella iba a ser mi respuesta a tan escabrosa existencia.

«Ahora deben estar comiendo tan tranquilamente»

Vi la hipocresía alrededor de mi inerte cuerpo. Vi personas llorar sin llorar, y a otras olvidar por olvidar. Vi el tiempo correr de manera impertérrita ante mí. Observé el futuro de todas las vidas que me habían rodeado. Algunas destruidas, y otras tan felices. Descubrí el amargo sabor que subía por mi lengua al saber que el mundo iba a olvidarme.

«Tantas cosas por hacer»

Mis piernas se agitaron asustadas, pero mis pies ya no tocaban suelo alguno. Mi vista se dirigió de manera inconsciente hacía abajo para vislumbrar la altura que me separaba del grotesco y fondo acantilado. Aquella sería mi pira, mi propia y merecida tumba.

«¿Quién cuidará a mis gatos?»

También en milisegundos pensé poder volver atrás. Quizá todo eso había sido una pesadilla. Una broma nefasta y absurda.

«¿Como he podido picar? ¡Qué bromistas! Ahora me vuelvo que tengo que llamar a mis amigos para contárselo»

Sin embargo, no voy a contar nada a nadie, porque no puedo volver. 

«¡Pero tengo que decirles tantas cosas!» 

La vida nunca ha sido justa, a buenas horas lo aprendí. Toda la impotencia del mundo fue avariciosamente mía en cuestión de segundos; los segundos que tardé en chocar con aquel precoz y desagradecido suelo. Y unas milésimas antes… una última pregunta:

«¿Qué he hecho?»

Felip Granados
2022


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