La doncella de Medanforst
Cántico juglar
En Medanforst se dice que vive una doncella
en la quietud de sus rojizos bosques
donde en la noche, brilla como la única estrella
En la soledad y la calma
una diosa que por voz tiene delicadeza
convive en la natura, a la que ofrece su alma
entonando un canto de embriagadora e infinita belleza
Cuentan las historias…
de un corazón que buscó la verdad
de un caballero decidido,
a abandonar su temeridad
y que por amor no fue vencido
Narran las leyendas…
que juntos convivieron,
donde no existió el invierno
y que con cariño y suavidad hicieron
de su corazón un sentimiento eterno
El atardecer se cernía sobre el bosque con presta devoción. Me encontraba sumido en una grata tranquilidad. Medanforst se extendía en la distancia hasta donde ni siquiera mis ojos eran capaces de avistar. La increíble variedad de tonalidades rojas en aquel lugar era algo digno de mención, recuerdo como la cálida brisa acariciaba mis mejillas al tiempo que transportaba aquel aroma dulzón y embriagador.
Mientras me adentraba más y más en aquel edén, cavilé sobre mis motivos para estar allí, algo me había llamado a su interior. A ciencia cierta pensé que podría estar en peligro, quizá fuera algún hechizo mágico el que me atraía para emboscarme de alguna manera, aunque eso era algo que no me hizo cambiar de idea. El deseo que sentí por descubrir el corazón del bosque era demasiado intenso como para abandonarlo por una simple suposición.
¿Qué maldad podía existir en un lugar tan precioso como aquel?
Sin embargo, me equivocaba. Mientras caminaba por un sendero cubierto de hojas, oí un ruido a mi derecha. Observé atento a través del ramaje de los árboles, quizá fuera un animal, pero algo en mi interior me decía que no era así. De repente, mi instinto guerrero accedió a desenvainar la espada que colgaba de mi cinto.
Me aparté ligeramente del sendero mientras seguía oteando a los lados, en busca de algún indicio sobre el ruido que había oído. Me pareció ver una débil iluminación entre los árboles, así como también oír el sonido de unas voces que se alejaban. El sol empezaba a ponerse mientras la oscuridad se abría paso poco a poco sobre toda la región.
Avancé hacia el interior del bosque con la súbita necesidad de descubrir aquella misteriosa luz. A medida que la seguía empecé a marearme, la vegetación parecía crecer de forma desconcertante. Ya no era capaz de distinguir nada de mi alrededor, todo era oscuridad y follaje. El sonoro crepitar de la hojarasca y el crujir de las ramas se mezclaban en mi mente de forma salvaje e inestable. Entonces paré, ladeé la cabeza varias veces intentando serenar mis sentidos, aquella situación empezó a asustarme.
En ese momento fue cuando me sorprendí. Entre la densa vegetación pude observar el cielo, un cielo oscuro y lleno de estrellas.
¿Cuánto tiempo había pasado allí persiguiendo a lo desconocido? ¿Una hora? ¿Dos…? ¡Quizá más!
Mis suposiciones sobre la hechicería empezaban a tomar forma en mi cerebro, había caído en una trampa, un encantamiento oscuro me había atraído hasta aquel lugar. Ahora estaba perdido en un bosque desconocido, totalmente desorientado y a oscuras.
Corrí hacia atrás, intentando seguir los pasos por los que supuestamente creí haber venido. Mi respiración empezó a descontrolarse, me sentí abrumado y terriblemente cansado.
¿Sería también a causa del hechizo?
Empecé a temblar, pero no de miedo, sino de debilidad. Mientras intentaba escapar de aquel endemoniado bosque, fui a parar a un pequeño claro. Una gran roca descansaba en el centro, una roca grande y antigua, tan antigua como el mismísimo tiempo. Una luz verdosa emanaba de ella.
Las voces que había escuchado al entrar en el bosque aparecieron de nuevo, provenían de todas direcciones. Un tumulto poco claro de sonoras imprecaciones, llantos e incluso gritos. No supe siquiera si eran reales, pero amenazaban con volverme completamente loco.
Me maldije por haber caído en aquella trampa. En un básico instinto de supervivencia me coloqué en posición de defensa, completamente aterrado, cuando de repente, la calidez de unas palabras femeninas sonó a mis espaldas. Giré espada en mano con intención de defenderme, pero al ver el rostro que ante mí apareció no pude hacer otra cosa que contemplarlo con respeto y serenidad.
—No podéis quedaros aquí —instó la encantadora y misteriosa doncella al tiempo que me cogía por el brazo—, seguidme.
Ante el asombroso espectáculo que ofrecían sus fulgorosos ojos y en la extraña situación en la que me encontraba, no pude hacer otra cosa que acceder a sus voluntades. Con prisa tiró de mí, guiándome entre árboles y sombras que, para ella, parecían ser indicaciones tan precisas como lo eran para mí los caminos del este de Riverland.
Llegamos a otro claro, mucho más iluminado y extenso que el anterior. Vi un arroyo junto a una pequeña casa de pulida y fina piedra. La sensación de tranquilidad que se respiraba en aquel lugar chocaba brutalmente con el miedo y la sensación de desconcierto que sentía antes. El ambiente era relajado e incluso extremadamente cálido. No lograba comprender que ocurría, pero un deseo de amor empezó a manifestarse en mi interior. Un deseo tan poderoso como el mismísimo cosmos. Ese vigoroso sentimiento sería el sustento que me mantendría vivo el resto de mis días.
—En este bosque existen peligros difíciles de comprender —mencionó con su dulce y cálida voz—, en mi casa estaréis a salvo por ahora, os quedan muchas cosas que aprender de Medanforst. Os he estado esperando largo tiempo.
Plácidamente asentí, como si aquello fuera algo que yo también hubiera estado esperando. Algo tan incomprensible como radiante y prometedor. Entonces, reanudamos el camino hacia nuestro destino, donde tantas noches contemplaríamos las estrellas, escucharíamos los armoniosos cantos de la naturaleza y, sobre todo, el eco de nuestros ansiados corazones.


Este obra cuyo autor es Felipe Granados está bajo una licencia de Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional de Creative Commons.
Creado a partir de la obra en www.relatosfantasticos.com.