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La evolución de la intolerancia

El tiempo transcurre lenta y progresivamente, el señuelo de la eternidad sigue siendo el principal señor de la desgracia. A las eras las acompaña la evolución de la humanidad, y con ella, la de todos los males. Reconocí en su día a la anterior intolerancia.

¡Jinete de mal talante!

Cual digno centurión luchó contra la felicidad, su rostro descubierto no fingía ningún pesar. Arena sobre arena, se encerró en su mísera personalidad.

Camino por el desierto esperando un guía para mis pasos. Perdido y sin orientación, mi ataque no logro enfocar. Siempre ha estado aquí y sin embargo ahora ha desaparecido. El gran y obtuso imperio de la decadencia, siempre impasible ante mis vanas luchas por la supervivencia, ahora se ha esfumado. Se ha difuminado en las inmensidades de tan basto arenal.

Corro y observo hundiendo mis botas en la demacrada tierra amarilla, el cálido viento de la soledad arremete contra mis cabellos y asola hasta donde alcanza mi visión. Enfermizo e incomprendido apoyo mis rodillas contra el árido terreno, siento la pérdida de mi infando enemigo, el horizonte se mofa de mi ridícula ambición. Mi guerra ha terminado, no logro comprender como se ha retirado.

¡El detestable ha escapado!

Caigo sobre mis manos acurrucando la cabeza hacía el interior, motas de hierro y polvo me asestan duros golpes en los párpados, siento la desgana de quien pierde una oportunidad.

Entre tanta desgracia y espesura, vuelan hasta mis oídos los cánticos de batalla de mi gran odiado rival. Levanto bruscamente mi mirada, más veo siempre lo mismo, un abismo de sinrazón y soledad. Intento ponerme en pie para localizar su procedencia, en algún lugar debe estar, pero ¡maldición! Dolorosas raíces han brotado del terreno hacía mis brazos, me han atado y presionado, siento su obstrucción, el dolor de los músculos en mi interior es tan grotesco como apasionante por la buena nueva: Mi ansiado y embrutecido enemigo no me ha abandonado.

Emergen del subsuelo las desgracias de todos los mundos, mucho mas allá de la comprensión de cualquier mente humana, nefastas deidades cubiertas en plomo y sangre. A mi alrededor se levantan las oscuras paredes de una nueva carcelera. Pierdo la noción del tiempo, la espesura de una impenetrable nada nubla mi visión.

Logro desatarme de tan maña sujeción, mi destino está marcado y nada podrá esquivarlo. Por excelencia, la intolerancia es mi adversario, lleno de odio y de rencor, siempre ha estado aquí, no huyó, sino que una trampa me tendió. Su avance por el tiempo ha cambiado su rostro con dureza y sagacidad, la evolución también se ha mostrado frente a su realidad.

Ahora es invisible, traicionero y aberrante. Pero conozco de que está formada su esencia, así que, por mucho que cambie, nadie nos podrá separar.

Es nuestra guerra personal y la debemos continuar.


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Este obra cuyo autor es Felipe Granados está bajo una licencia de Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional de Creative Commons.
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